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martes, 26 de enero de 2010

Carta a mi tío Julián, un gran luchador

Justicia, sin duda… Justicia es la palabra. La lleva en el corazón, y, a personas como yo, de tan solo 19 años, nos la ha dejado de herencia. Una gran herencia, si señor. Así somos los socialistas, gente de Justicia.

Nací en 1990, varios años después de la guerra civil. En una familia tradicional, de orígenes manchegos. Una familia pobre, humilde, luchadora y, la verdad, muy castigada en la guerra civil y en el franquismo.

Nosotros, los jóvenes, hablamos de Franco, de la guerra, del fascismo por lo que nos cuentan, o bien, por lo que aprendemos en las clases de Historia. Pero, nadie mejor para transmitirnos aquellos momentos de miseria, de lucha incansable que nuestros mayores. A ellos, sin duda alguna, quiero hacer homenaje con estas líneas. A todos los que lucharon, pues gracias a ellos, personas como yo luchamos de algún modo por hacer que en este mundo se haga Justicia.

Y bien, de él quiero hablaros. Se llama Julián Tévar y es mi tío. Una gran persona y un gran justiciero en los tiempos franquistas. El 14 de Abril de 1931, día de la proclamación de la segunda República Española, tenía 9 años de edad, y vivía con sus padres en Golosalvo.

El 18 de Julio de 1936, ya en plena Guerra Civil Española, con 14 años, fue testigo de los más bárbaros e injustos asesinatos, saqueos, robos… de varios desalmados que se declaraban milicianos, defensores de la República en compañía de unos marinos de Cartagena y algún soldado. Mataban a personas por el hecho de ser curas, capitalistas o ser de derechas, o porque algún envidioso o rencoroso lo denunciaba acusándole de fascista. Estos eran detenidos y les daban “el paseo”, este consistía en pasar de pueblo en pueblo con un coche, recoger a los detenidos y antes de llegar a Albacete los fusilaban. Esto era el “paseo”. Esta gente decía que eran republicanos, comunistas, anarquistas, defensores del Gobierno Republicano, pero, la verdad, sólo eran gente mala, alocada y aprovechada. Los verdaderos políticos, no sólo no hacían tales barbaridades, sino que sufrían al no poder evitarlo.

Mi tío recuerda como el 14 de Abril de 1931 la República ganó las elecciones generales. Su padre, José Mª Tévar, era presidente del Partido Republicano Radical Socialista, nombre con el que se le conocía en aquellos tiempos. Recuerda compañeros de partido como D. Arturo Cortés (médico), D. Maximiliano Martínez Moreno (abogado), D. José Prat (abogado), D. Luis Díaz (ingeniero Presidente de la Diputación), D. Eduardo Quijada, Sr. Gaspar (médico), D. Otoniel Ramírez hijo (médico), D. Bernardo Tornero (profesor), Doña María Tornero (diputada), D. Jesús Tévar (funcionario) y muchos más. Verdaderos dirigentes políticos, de los cuales, recuerda como en antaño se reunían e intentaban sofocar el desorden, hasta que por fin consiguieron que las cosas se fueran organizando y mejorando.

El Gobernador nombró a su padre, presidente del Partido Unión Republicana y Socialista, Delegado provincial del Gobierno para cambiar a los alcaldes de los pueblos que imponían los saqueos, robos, etc. y hacer respetar de una vez por todas a las personas.

Según cuenta, ingresó en noviembre de 1936 en Talleres de la Diputación como aprendiz de mecánico, del que era maestro Manolo Azaña, hermano de Luis Azaña.

Cuando terminó la guerra, por aquellos días, se dirigía al trabajo y se acercaron a él un par de hombres, un capitán y un falangista. El capitán le preguntó si era hijo de José Mª Tévar, y al decirle que sí, le pegó un tortazo, le cogieron entre los dos y le llevaron a comisaría de policía, que estaba en la calle Dionisio Guardiola. El capitán se llamaba Juncos y el falangista Palomares. Al llegar le bajaron al sótano y sin más, le dieron otro bofetón, cayendo pues sobre unos troncos de leña. Allí estuvo sin comer y solo le dieron una manta para pasar la noche. Al día siguiente le llevaron a la cárcel, que por entonces estaba cerca del Puente de Madera, con la desagradable sorpresa de encontrarse con su padre, su abuelo, su madre, su tío Jesús, hermano de su padre, y su hermano mayor, quien unos días antes, ascendió a teniente de aviación. Sus dos hermanas, de 2 y 11 años las recogieron unos amigos de San Pedro, por caridad. A su anciano abuelo, Ramón Tévar Collado, de 81 años y muy enfermo, le llevaron al Asilo de San Antón, donde murió. A su madre, a los 48 días, le dieron libertad provisional, y al llegar a casa, en la calle de la Cruz, 25, estaba ocupada por el Jefe de la Falange de Fuensanta. No le dejaron pasar ni llevarse nada, le dijeron que la casa estaba incautada. Se marchó a su pueblo, Golosalvo, y en su casa estaba el Jefe de Falange y arriba que era la casa de su abuelo y el casino del pueblo, habían montado la escuela de niños. Lo mismo hicieron con las viñas y algunas fincas. Años después lo devolvieron. Eso sí, en muy mal estado.

Su estancia en la cárcel fue no menos tormentosa y dura…muy dura. Todos los días después de la cena en medio del sepulcral silencio se oía la voz de Roque (un recluso), que con aquella estremecedora voz pregonaba los nombres de los que pasaban a capilla para fusilarlos al día siguiente. Así día tras día, algo que se llevará consigo. La cárcel, con una capacidad para 250 presos, la ocupaban 1500. No había camas suficientes, les tocaba un ladrillo y medio, allí tenían que dormir. A él, por ser el más joven, le llamaban “el nene”. Había un solo water para todos, el único grifo de agua estaba en un pilón en el patio, donde hacían grandes colas para lavarse todos en la misma agua y coger para beber en el viejo botijo. Recuerda un caso (que para él, un niño de 16 años fue algo monstruoso), un señor condenado a muerte y que días antes habían matado a su hijo, desde la puerta del patio salió corriendo estampándose la cabeza contra el pilón de agua y esparciéndose la sangre y los sesos cerca de sus pies. Su hermano le cogió de un brazo y le llevó a la celda llorando y temblando del susto.

A los nueve meses, le llevaron al penal de Chinchilla. Allí estaba su tío Jesús que le echaron 12 años en el juicio. Allí estuvo dos noches y tres días. Según cuenta, jamás podrá olvidar lo que allí sufrió. Imagínense a un muchazo de 16 años en una mazmorra sin luz ni agua, una manta y una lata cuadrada sin tapa para hacer sus necesidades… es algo inexplicable, indeseable hasta para el mayor enemigo. Noches eternas... tan largas… dos noches… que sin duda, invitaban a mi tío al suicidio a quien no piense morir en la cruz…

Al tercer día, 13 de Julio de 1939, en camionetas, les llevaron a 31 presos a la cárcel. No sabían el motivo del traslado. Era para fusilarlos al dia siguiente… Él, ignorante, vio como el 14 de Julio había mucho jaleo y a las 5 y media de la mañana vio como salía por la puerta principal mucha gente, creyendo que les ponían en libertad y se fue a la puerta para salir, y fue cuando Rubio, un oficial, le cogió de un brazo diciéndole: ¡Muchacho, tú dónde vas!. Y a empujones le metió en una celda cerrándole por fuera. Al cabo de varias horas abrió la puerta diciéndole: ¡No sabes de lo que te he librado al entrar en la celda! No te lo digo para que me lo agradezcas… pero te he salvado la vida. Fue el día que mataron a 30, entre ellos, a su tío Jesús. Son los treinta que hay en una lápida a la izquierda de la iglesia del cementerio, según se mira al frente, el penúltimo nombre es el de su tío Jesús. El se escapó de los 31 que iban a matar ese día gracias a una buena persona, para él, un milagro.

Días después se celebró el juicio, entre otros estaban su padre y él. Su padre, cuando les llevaban a la audiencia le dijo al guardia que a él, a mi tío, no le pusiera las esposas, pero por ese motivo, todavía se las apretaron más. Cuando se las quitaron, le brotaba sangre de las muñecas. En el juicio no encontraron causa y pidieron su libertad inmediata. A su padre, nuevo juicio por no encontrar causa para condenarlo.

Mi tío quedó libre, y tuvo que presentarse todos los días en Auditoria de Guerra, que estaba en el edificio donde está la policía, frente a la Catedral. A su padre, a los pocos días, en compañía de otro señor, que era comandante de Carabineros, los fusilaron a los dos, el 6 de diciembre, como siempre, a las 6 de la mañana de 1939. Días después, cuando se presentó en Auditoria, la muchacha que le atendía le dijo: Julián, hoy le daré una buena noticia, ya no tiene que venir todos los días, solamente una vez por semana, y a José Mª Tévar, que supongo será su padre, le harán un nuevo juicio pasado mañana. Él se quedó serio, y le preguntaron que le pasaba. Fue cuando les tuvo que decir que a su padre lo mataron a los pocos días de que le juzgaran con él y a él le soltaron. La muchacha volvió a ver los papeles diciendo, no puede ser, que aquí viene la orden de que Julián Tévar queda en libertad y José Tévar le harán un nuevo juicio pasado mañana. Mi tío rompió a llorar y la chica se levantó para consolarle. Y empezó a gritar: ¡Asesinos, criminales, etc. etc.! Uno de la Brigadilla y un falangista que allí había empezaron a darle bofetadas, pero la muchacha se puso entre medio para que no le pegaran más. Entre los dos le llevaron al cuartel de la Guardia Civil, le ataron a una anilla a la pared y con una goma de los bordes de las cubiertas de coche con alambres de acero en el interior, empezaron a pegarle hasta perder el conocimiento. Cuando despertó, estaba quejándose en un gran charco de sangre y agua, de la que le echaron para espabilarle. Le llevaron al Hospital, y durante 31 días estuvo debatiéndose entre la vida y la muerte, con dos costillas rotas y unas heridas en la espalda que después de 65 años aún quedan cicatrices.

Cuando salió de la cárcel se presentó en la Diputación para incorporarse a su trabajo y un tal Antonio López, empleado, cuando dijo que quería incorporarse, él, personalmente, a empujones y puñetazos, le echó a la calle diciéndole que allí no querían a ningún rojo. Él, una vez más humillado y asustado, se quedó con sus lágrimas e impotencia, al igual que a otros muchachos les ha sucedido durante 40 años de dictadura.

Antes de acabar quiero dejar escritas unas palabras, salidas directamente del corazón de mi tío Julián:
“Solamente quiero añadir algo que jamás podré olvidar: la muerte de mi madre. Palabras del médico que la asistía: Esta mujer ha muerto de tanto sufrir.”

Después de toda esta etapa tan tormentosa, a mi tío le propusieron ostentar un importante cargo en el Partido Socialista. Él se negó, sufrió más de lo que una persona puede soportar. Hoy en día dice no pertenecer a ningún partido. Lo único para lo que vive es para su familia, sus hijos, nietos y biznietos, para ayudar a las personas, ya sean de derechas, izquierdas, tengan la religión que tengan y piensen lo que piensen. Y como no, para su guitarra.

Con un gran afecto, tío Julián.

Álvaro Palma Monteagudo.
Con esta carta me presento al concurso de la Fundación Jaime Vera, del PSOE, llamado "Tu historia es nuestra historia". http://www.tuhistoriaesnuestrahistoria.es/

2 comentarios:

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  2. No he leido más que se hayan presentado, pero diría que mereces ganar, a mi me ha emocionado muchísimo. El día que mataron al padre de tu tío es el día que yo nací (años después). Un besazo

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